Samanta Schweblin
Siete casas vacías
Paginas de espuma, sl (España)
Páginas:
Formato: 150 mm x 242 mm
Peso: 0.259 kgs.
ISBN: 978-84-83931-85-1
Siete casas vacías, el título del nuevo libro de cuentos de Samanta Schweblin -ganador del Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero- es algo engañoso: si efectivamente las casas son las grandes protagonistas de estos siete cuentos, no parece igualmente cierto, a primera vista, que estén vacías. Por el contrario, en estas historias se relata lo que pasa en el interior de esas casas (concebidas más en el sentido de hogares que en el de edificios): lo que pasa adentro de las cuatro paredes, entre los miembros de las familias. Las extrañas costumbres que adoptan los padres, las madres, las esposas y maridos o los abuelos cuando los demás no los ven. De hecho, casi siempre es el encuentro con otros (los vecinos, por ejemplo) o su mera posibilidad lo que dispara las historias. Tal vez porque es justamente la mirada de los otros lo que vuelve extrañas esas costumbres, que en el interior de cada familia se consideran normales e incluso se llaman tradición. En efecto, las siete historias del nuevo libro de Schweblin transcurren en esa línea que separa la locura de la normalidad. Y es más, hablan de la permeabilidad de esa línea, lo que constituye quizás una de las formas más abarcativas del terror: que eso que vivimos tratando de mantener a raya, de pronto se nos venga encima y terminemos dándonos cuenta al final de que en realidad las barreras siempre fueron ilusorias, que no hay separación, que las costumbres de todos son un poco locas si se las mira de afuera, que hasta las mismas convenciones que nos rigen son bastante desatinadas si se las mira desde una perspectiva que no sea la de su aceptación. Aunque estas no son solo historias de lo cotidiano. Hay, también, en todas ellas una interrupción en el curso normal de la vida, algo doloroso que pasó: un exilio, una muerte, una separación. En ningún caso esas modulaciones de la pérdida constituyen el centro del relato, pero están ahí, forman parte de esas casas, se irradian de algún modo sobre las costumbres familiares. Pero, ?en qué familia no hay, en alguna parte de la historia, alguna pérdida, un vacío desde el que se irradia el sinsentido? Y en todo caso, ?quién puede afirmar que no alberga el temor de que su propia casa se vacíe? La inquietud que instalan esas preguntas se refuerza en la medida en que los relatos de Schweblin no terminan con ningún tipo de consuelo; no hay redención ni enseñanza, no hay explicación: nada que tranquilice. Por el contrario, terminan en medio de la extrañeza o en un a todas luces precario regreso a la "normalidad". Y dejan la sensación de que ese hecho extraño -una mujer, por ejemplo, que durante una conversación con su marido, en el momento en que le toca hablar, sale a la calle, así como está, en bata, para volver un rato después, como si nada- puede repetirse en cualquier momento y la intuición de que, incluso, debe de repetirse con bastante frecuencia. Así, la integración de lo extraño a lo cotidiano, aunque supone en cierta forma una aceptación, no resulta tranquilizadora. En parte porque lo que sucede roza casi siempre lo siniestro y a veces también lo perverso, como la desnudez compartida de abuelos y nietos o un hombre que acompaña a una nena desconocida a comprarse una bombacha. "La respiración cavernaria", relato que ocupa el centro del libro, es mucho más largo que los que lo rodean y tal vez es también el más logrado. Como ya había anticipado con su último libro, la novela Distancia de rescate, en el largo aliento Schweblin se luce: lo extraño llega a asentarse al punto de volverse terrorífico. Y en "La respiración cavernaria" la percepción distorsionada por la senilidad de una anciana se pone al servicio de ese terror, que no es otro que el de la conciencia momentánea de la precariedad de la existencia; es decir, de la posibilidad del vacío, de su inminencia: el vértigo de comprender, súbitamente, que nos separa de él apenas una medianera, endeble, o ni siquiera eso.