Una mañana de sábado volvió a visitarnos Liniers. Por unanimidad nosotros, los adultos curiosos y los niños exigentes, quedamos encantados con la presentación de su último libro, Cuentos de noche: relatos de Latinoamérica, publicado por Editorial Común.
¿Cómo empezó a tomar vida este proyecto? Liniers cuenta cómo el reencuentro con un amigo lo alentó a dibujar historias que escuchó en su infancia o que otras personas supieron transmitirle a lo largo de su vida.
Liniers: Tengo un amigo que se llama Alberto, y que anduvo por muchos países de América Latina. Un día nos juntamos y entre los dos empezamos a hacer memoria.
Si leen el libro, van a ver que hay un cuento que es sobre una lechuza. Otro cuento es sobre un fantasma. Otro cuento es sobre una chica que no tiene pies, inspirada en Beetlejuice. Bueno, Cuentos de noche empezó con esos tres cuentos.
El primer cuento yo tenía ganas de que fuera sobre barcos. Cuando yo era chiquito, mi mamá me contó que un tío abuelo mío había hecho un viaje largo por el Amazonas con Julio Cortázar. A su vez, en La vuelta al día en ochenta mundos está contada la historia de ese tío: una familia con unos chiquitos.
Resulta que a Cortázar le divertía jugar y estaban todos los chiquitos saltando por todo el barco. Bueno, al cuarto día de viaje, le tuvieron que decir a Cortázar “cortala con los chiquitos, porque no se duermen más, están insoportables”, “tranquilo, Julio”, y así. Entonces, este primer cuento de mi libro se basa en esa experiencia y en las historias que le contaba mi tío abuelo a Cortázar. Es una historia medio romántica, medio misteriosa también, hay un mono, marineros, delfines rosas, sirenas, ciudades bajo el mar. Todo en más o menos cuatro páginas.
Y ahí la cosa que hice en el libro: estos cuentos viajan hasta nosotros. Verán que cuando voy dibujando los cuentos, cada tanto los hermanos [que son protagonistas] se interrumpen. Me gusta mantener esa especie de narración oral, tal como llegaron a mí, contados.
El segundo cuento está basado en otra historia que escuché de mi amigo Alberto, una de cuando era chico, sobre una lechuza del Ecuador que, si decía tu nombre, te morías [suspiros de sorpresa, Liniers pronuncia la primera de varias onomatopeyas: tan tan taaan] Entonces vos podías ir caminando muy campante por ahí, pero si escuchabas una lechuza que decía "Ricardo", la quedabas. Hay una persona en el cuento que encuentra la solución a la maldición de la lechuza, y ustedes van a tener que leerlo para averiguarlo.
Después de esas historias, los hermanos siguen comentando cómo eso último no les asustó, y el último cuento lo cuenta la hermana chiquita al hermano más grande que está arriba en la cucheta, y es el cuento de la luz mala.
Este cuento me lo contaba mi primo de La Pampa cuando yo era chico, yo tenía seis o siete años cuando lo iba a visitar. Íbamos los dos a caballo, despacito porque a mí me daba miedo galopar, y mi primo era medio un Patoruzito: cuando salía ¡huijaaaaa! y yo: tranqui Francisco, despaciiito caballo. Se me quedó grabado en la cabeza, yo era muy chiquitito, tendría seis o siete años e íbamos los dos a caballo sobre un camino de tierra. Mi primo Fran me empieza a contar sobre la luz mala, y me cuenta que a una hora de la noche en La Pampa, justo cuando se ponía el sol y daba al camino… al fondo, lejos, aparecía la luz mala. Adentro de la luz mala, me decía Francisco, vive un demonio que se llama Mandinga, y después Mandinga aparecía en Patoruzú, con lo cual, quiero decir, esto era cien por ciento real. ¡Patoruzú era la prueba documental de que Mandinga existía! Así que el recuerdo de ir los dos a caballo y yo mirando aterrorizado después, para ver si encontraba la luz mala... Supuestamente cuando se mueren las vacas en el campo y quedan los huesos para afuera, la luz del atardecer le pega de costado a los huesos y hace como un reflejo, y eso era lo que veían estos gauchos. Para mí, a los siete años, era 100% real. Y bueno, al final, ¿aparecerá la luz mala en el cuento, o no? Tienen que leer el cuento para saber. Y al final del cuento, la hermanita le pregunta al hermano mayor: “¿tenés miedo?”. El hermano le dice “nooo, pero deja la luz prendida por las dudas”.
Lo que yo quería hacer con esto era acordarme cómo con mi hermana nos agazapábamos para contarnos historias. Es un momento que a mí me gustaba mucho, en mi cama, a veces con mi libro para leer, y quería acordarme de estos cuentos que nos llegan a todos siempre, ya sea porque lo cuenta alguien en el colegio, o una maestra, o un tío o un primo medio sádico.
Quería hacer un libro sobre esto porque, además, yo estoy viviendo en Estados Unidos y el tanque de latinoamericanidad y de argentinidad necesito cargarlo todo el tiempo, entonces, cuando vengo a Buenos Aires, una cosa que me gusta mucho es darle besos a todo el mundo, porque los gringos demandan "personal space" y acá no hay "personal space" acá es todo "hola, loco, cómo estás" [hace ruido de beso] así que, ¡gracias por los besos! Esto es Cuentos de noche, mi manera de reconectar con todo eso a lo que le tengo mucho cariño, pero bueno, ahora voy a contestar preguntas.
Recomiendo a los papás que hagan fotocopias [muestra las viñetas vacías, incluidas en el libro para invitar a dibujar a los chicos]
Ronda de preguntas
Niño: ¿De dónde sacaste la idea de hacer los duendes en Macanudo?
Liniers: Porque me interesaba investigar un tipo de humor. Yo quería hacer una tira que un día podía ser política, otro día podía ser tierna, otro día podía ser incomprensible, otro día la podía dibujar otro dibujante. Entonces los personajes empiezan a aparecer desde ese deseo de hacer algo surrealista, absurdo. Y bueno, nadie te puede decir cómo es un duende: pueden volar, pueden tener poderes, vale todo para los duendes. Cuando hice el hombre misterioso, quería hacer un personaje que cuando no tuviera ideas, todos pudieran decir, “¡uy, es misterioso!” [risas]. Y listo. Con Fellini y Enriqueta quería hacer los clásicos personajes de una chiquita con su gatito. Cada personaje aparece así.
Algo que me gusta decirles a los chicos porque cuando yo tenía su edad empecé a dibujar historietas: yo no dibujaba muy bien, dibujaba más o menos, siempre había dos o tres en mi clase que dibujaban mejor. Uno de ellos, Sebastián, me enseñó a dibujar ojos [dibuja un ojo en una hoja sobre el atril que tiene al lado]. Un secreto de dibujante, chicos: hagan muchas rayitas. La gente dice: ¡qué buen dibujo! y eso, sólo porque tiene muchas rayitas. Ustedes vieron este ojo de papá enojado o de mamá enojada. Un ojo intenso se llama esto. Y acá voy a dibujar otro.
[Dibuja]
[“¡Un ojo de Olga!”, exclama un nene en primera fila, Liniers sonríe]
Y con esto, en la historieta, podemos hacer un montón. Eso es algo que descubrí cuando era chico. Por eso dibujé un libro que se llama Escrito y dibujado por Enriqueta, para mostrar cómo, dibujando como un niño, podemos ya contar historias.
[Hace una demostración de cómo dibuja a Olga]
Es gracioso cuando dibujo a Olga, con sus ojos redondos, con sus dientes puntiagudos. Ahí hay algo que me gusta mucho cuando me piden un dibujo, y es que por ahí hago un redondel, y están mirando, hago otro redondel, siguen mirando, por ahí hago dos dientes y dicen "¡Olga!". Y ese momento es para mí muy increíble, que pasan de dos abstracciones a un personaje que ustedes se imaginan con su personalidad, con su color azul, con todo. Entonces lo lindo del laburo nuestro, de Quino, de Fontanarrosa, de todos mis héroes, es que nuestro trabajo no es tanto dibujar bien. Nuestro trabajo es armar un personaje que tenga como una especie de pequeña alma que está casi separada de nosotros.
Todos aprendemos a dibujar mirando los dibujos que vinieron antes de nosotros, y tenemos que aprender la manera de hacerlo nuestro. Todos los chiquitos van a aprender a dibujar mirando a Pikachu hasta que encuentren ahí algo de ellos, porque sino queda como una amalgama de cosas, como esos dibujos de Miyazaki que la inteligencia artificial puso tan de moda.
Me gusta más cuando alguien dibuja inventando al mundo, gente como Oski, Landrú o Max Cachimba.
Inventen sus propios personajes, ¡porque entonces van a saber cómo es exactamente el personaje!
Vamos a hacer entre todos un personaje. Voy a dibujar un monstruo que yo solo no podría inventar, sino que lo tenemos que inventar entre varios.
[Dibujo grupal]
[Adulto: le pregunta cómo hace para producir tanto]
Liniers: Las ideas son como pájaros. A mí me gusta mucho, de las películas y de los libros que leo, que dejen espacio para la imaginación. Si lo lees en diferentes momentos de tu vida, como pasa con Mafalda, vas a tener diferentes Mafaldas. Cuando era chiquito a mí me parecía muy gracioso que la tortuga de Mafalda se llamara Burocracia. Pero no entendía el chiste. Y de grande te das cuenta que se llama Burocracia porque es lenta. Ay, Quino... Entonces uno, cuando lee cosas que están bien hechas como Mafalda, va a ir encontrando significados distintos a lo largo de toda una vida.
Hay libros que leí en diferentes momentos y me remitieron a distintas cosas. Entonces recomiendo volver a leer, siempre.
Volviendo a lo anterior, tener ideas es medio como ir al gimnasio, te lo digo yo menos literariamente. Si yo voy al gimnasio es una experiencia muy terrible, pero si fuese todos los días se va haciendo más fácil, y te vas haciendo como el oficio, te vas haciendo la costumbre física. Hay algo sobre escribir, o sobre dibujar o sobre pintar o sobre componer, que es muy físico. Cuando nos pasó la pandemia todo el mundo dijo “¡wuop! me parece que voy a escribir mi novela”. Casi nadie escribió su novela, porque claro, te sentás, y para escribir una novela tenés que estar sentado seis horas, siete horas pensando todos los días.
Mi tiempo de trabajo es: las mandamos a las chicas al colegio, a las siete o a las ocho, me hago un mate o un café, depende como estoy, y después tengo seis o siete horas que no me molesta nadie, salvo las perritas que vienen a decirme “¿me sacás, Ricardo?”. Y eso es algo que es mi entrenamiento. Soy muy bueno para estar sentado muchas horas. Soy como el Messi de estar sentado [risas]. Me ven sentado y dicen: “¿qué hace sentado ahí? ¡glu glu glu! yo no podría, ¡es un genio de estar sentado!” [risas]. Y esto es porque me entrené [se ríe]. Este es mi estado natural. Cuando me entierren va a ser un cajoncito así, chup chup [hace una seña en el aire, dibujando un rectángulo gigante]. Y después es un tema de concentración, cuando yo me quedo sin ideas. Hay días que me salen siete tiras que me gustan, y hay días que estoy todo el día y no me sale una y pienso: “si soy una persona que ayer buscaba todos los goles, ¿cómo puede pasar?”.
Entonces, por un lado el oficio, y por otro lado tenés cada vez más juguetes para jugar. Tenés un personaje primero, después tenés otro, y de repente tenés un montón. Si hubiera tenido sólo pingüinos, hubiera tenido ese juguete solo, era como tener solamente a Chewbacca. Y qué bueno sería tener otro personaje, para que Chewbacca pudiera jugar con alguien. Entonces tenés pingüinos y duendes, que es como tener a Chewbacca y Han Solo. Y de repente, una vez, dibujé a todos mis personajes saludándome en algún Macanudo grandote, y eran como setenta u ochenta. Si Enriqueta en la hamaca no tiene un chiste, quizás sí tiene un chiste el pingüino en una ola, pero es eso, más lo hacés, menos te pesa.
Lo otro con lo que tenés que encariñarte también, es el fracaso. Porque la tira en el diario es diferente a todas las demás historietas. Hay días que estuviste inteligente y creativo y días en los que sos un tarado y la historieta salió medio de autoayuda. No estoy hablando de los libros de autoayuda, la sección, disfrutenla, pero ahí es cuando uno dice “uy, escribí este papelón” y lo tenés que mandar al diario y ahora la gente te hace saber desde Twitter: “¡sos un inútil, Ricardo!” y tienen un poco de razón, pero bueno, hay algo de esos errores que hacen aparecer, orgánicamente, personajes como Olga: de no saber qué hacer, no saber cómo resolver, y que de repente aparezca un personaje que solo sabe decir “¡Olga!”. Es gracioso que diga “¡Olga!”. Entonces hay que creerle también al fracaso. ¡Fracasen con entusiasmo chicos, somos argentinos, somos profesionales en fracasar! Salvo en el fútbol [risas y aplausos].