La presentación de la novela La memoria es un animal esquivo tuvo lugar el 30 de julio de 2025 en nuestro espacio. A continuación les dejamos la sinopsis del libro y un fragmento de la entrevista entre Eugenia Zicavo y María del Mar Ramón. Agradecemos a todos los presentes ese día y a los lectores de este incipiente blog.


Sinopsis

 

Tras la muerte de su hermano, Juan Francisco debe hacerse cargo de la casa de su infancia. En La memoria es un animal esquivo, María del Mar Ramón teje, con una narración evocativa, un punto de vista único. Y nos ofrece la historia de un hombre cuya mezquindad lo aleja de las personas que más lo amaron y de la vida misma. Una reflexión sobre los mitos personales, la fragilidad de la memoria y los silencios, que explora con prosa exacta las relaciones familiares y el modo en que construimos una ficción de nosotros mismos que no siempre corresponde con la realidad.

 

Entrevista

 

Eugenia Zicavo: Para esta novela desarrollaste un universo casi exclusivamente masculino, porque es una familia que queda huérfana de madre. Muy temprano está la asistencia de una tía, pero son tres hermanos que crecen con su padre, un padre que, además, ante la ausencia de esta madre, casi que tiene un delirio… O bueno, le impacta mucho. ¿Cómo fue desarrollar la voz de estos personajes y de este universo masculino?

 

María del Mar Ramón: Yo creo que es una novela que sólo es posible con personajes masculinos. Hay algo de la manera en la que los hombres gestionan sus emociones, los hombres de la generación de la que es el protagonista. El silencio, la imposición de cierta invulnerabilidad frente a lo que pasa, la manera en la que eso se reprime y cómo eso se va pasando de generación en generación… Las cosas que avergüenzan no es que se hablan en secreto, no se hablan. Los hombres no hablan de estas cosas, más en esta región, en este lugar tan rural. Yo pensé, en algún momento, en incluir más personajes femeninos, pero no tuvo sentido, primero porque además es una clase de cosas que cuando uno las hace están impostadas y quedan mal. Es como que digo, “¿será que alguien va a pensar…?” Y cuando uno piensa eso, la idea es mala. Me ha pasado de decir “¿será que alguien va a pensar de mí esto?” y eso también es algo interesante… en cuanto a desapegarse del texto. 

 

Eugenia Zicavo: El género te desmarca.

 

María del Mar Ramón: Claro, pero siempre pienso que va a haber alguien que va a decir “mmm… debió meter más mujeres” [risas]. Y nadie está pensando en eso, es una idea tontísima. Y siempre que pienso en esas cosas trato de meterlas al texto, porque no puedo escribir para un nosotros que no existe. Y aquí también me sucedió que dije “no, yo debo meter más mujeres”. Porque bueno, eso me interesa, y otra vez, puros hombres. Y otra vez, es algo que sólo puede existir con estos personajes, no porque las mujeres sean mejores, que lo son [risas] sino porque no funcionaría la presencia de una mujer en una familia con estas características: el conflicto se habría desarrollado de un modo totalmente distinto. Y a mí me interesaba, para esta novela en particular, ese silencio, y esa represión, y esa angustia que sienten esos hombres por nunca poder decir cómo se sienten, y esa forma de expresarlo a través de la violencia, del humor, en unos chistes terribles. Esa gestión de las emociones es algo que a mí me interesa como una textura literaria. Me llama mucho la atención, me convoca, me interesa desandarlo, me interesa crear la psiquis de un personaje que quiere y no puede, que quiere y no puede… Y, al mismo tiempo, que un poco instrumentaliza. Como que es un personaje muy en contacto con sus pasiones más mezquinas, que está en este universo silencioso y rígido, y es algo que para esta historia no podía ser de otra manera.

 

Sí, por ejemplo, yo creo que es un guiño político, que a mí me pasa y me ha pasado también en las novelas anteriores. Las mujeres en mis novelas tienden a ser la belleza, la virtud y la bondad. O sea, aparecen y dicen que está todo mal, y se van, desaparecen. Son imperturbables, en el sentido de que descienden a los infiernos en los que viven los hombres. Y eso para mí es un guiño, pero también es algo con lo que yo, en cuanto a la gestión de las emociones, en este caso particular, creo que es real. Si hubiera una manera menos taxativa y menos represiva de tratar las emociones de los hombres en zonas rurales y en otra época, pues, habríamos construido unas masculinidades un poco más sensibles y quizás menos infelices, o al menos más cercanas a un lenguaje emocional y a un vocabulario, a la posibilidad de hablar y de expresarse. Eso también lo creo, o sea, hay algo de una gran realidad en ese hecho, pero creo que me atraen estos personajes justamente porque se ha narrado poco sobre sus emociones en primera persona. Estos hombres y sus miedos, sus temores y sus angustias… a mí me interesa escribirlo. Ese universo me es muy atractivo, porque me genera una enorme curiosidad saber cómo sienten los hombres, sus adentros, y también por qué eligen hablar de unas cosas  y no de otras, cómo gestionan esos afectos, cómo gestionan los traumas, es algo que sí capturó mi curiosidad.

 

 

 

Eugenia Zicavo: Yo hablo de la ausencia femenina, pero en realidad hay una ausencia que está todo el tiempo presente, porque esa madre que muere muy tempranamente en realidad no tenía ninguna vocación materna, ningún instinto maternal. Está muy bien tematizado por la voz de la Madonna. Ese momento que es algo así como “mi madre, que había nacido para todo, se había tenido que contentar con ser mi mamá”. O sea, hay como un destino muy trunco en eso. Quería preguntarte cómo fue pensar esa contracara, cómo fue pensar en esa maternidad forzada, en ese rol llevado a pesar suyo. 

 

María del Mar Ramón: Yo siento que... Hay algo de esta presentación que me gusta un montón y es que estamos en un país que no es mi país [risas]. Puedo hablar y recordar un montón de cosas. Yo creo que hay algo de esa maternidad que es como el germen del duelo para él: él nunca resuelve ese duelo de la madre. Y yo creo que, en esa época, el destino de la mayoría de las mujeres era la maternidad, y romper ese mandato era muy costoso para la mayoría.

 

Hace algunos años, no tantos, escribí un artículo sobre mi abuela, que era de Cúcuta. Y escribí un artículo porque mi papá estaba obsesionado con que su mamá había escrito una vez en el periódico La opinión de Cúcuta, y se fue creando una imagen de mi abuela, porque murió cuando él tenía veinte años, pero a mí siempre me sorprendió como se había ido difuminando ese recuerdo. Él se había creado la imagen de una mujer súper progresista. Yo estaba empezando la militancia de gabinete y como mi mamá me decía que yo hablaba igual, me imaginé que yo era realmente nieta de una sufragista. Entonces dije “esto me ha sido dado”, ya que después de haber publicado el primer libro, me invitan a escribir algo en La opinión de Cúcuta. Y yo dije, “perfecto, no me paguen”. Mi papá dice que mi abuela fue columnista de La opinión de Cúcuta. Podíamos buscar en la biblioteca esas columnas, yo le quería hacer el regalo… Y aparecieron las columnas. Yo nunca las había visto, y eran el primer nivel de fascismo [risas].

 

Pero había algo curioso, se acababa de legalizar el voto en Colombia, y ella había escrito una columna invitando a la gente a votar para que no llegara la amenaza comunista, pero invitando a las mujeres a votar, o sea, era una buena intención, una intención democrática, para que no llegara el comunismo a Colombia, ¿no? Yo quedé muy espantada y no pude dormir varios días, pensando, “¿cómo le voy a decir a mi papá?”. Porque mi papá se había hecho una idea de Simone de Beauvoir, que mi abuela no era, y la había ido maquillando, y entonces yo tenía que escribir una columna sobre eso... Me llamó la atención que ella hubiera firmado todas sus columnas sólo con su nombre, Ana Elvira, y no con los apellidos. Eso me llamó tanto la atención y me pareció tan curioso. De repente tenía que escribir esto y no podía hacerla quedar horrible, ¿no? Como lo que había leído. Y entonces dije “bueno, quizás es un gesto de subversión que alguien que es hermana de, hija de, esposa de, madre de, firme lo único que ha escrito públicamente, solo con un nombre”. Ella había tenido muchos hijos, tuvo muchos hermanos y hermanas, y ahí yo me imaginaba un destino distinto: “Ana Elvira con sus apellidos es esta persona, pero quizás Ana Elvira sola es otra persona, y quizás sueña o se imagina no haber tenido estos hijos”.

 

Y a mí me quedó mucho esa imagen, porque quizás eso era lo que yo había capturado de lo que decía mi papá. No que ella fuera ideológicamente de izquierda, sino que quizás era una mujer que sentía que su tiempo le había dado unas opciones muy limitadas y que le hubiera gustado tener otra clase de opciones. Y eso es lo que realmente me quedó: la precariedad de esas vidas en las que la imaginación era uno de los únicos recursos para poder pensar en otra posibilidad, aunque finalmente la maternidad fuera una cuestión súper incuestionable. Nadie se pregunta si la abuela de uno quiso ser abuela. Entonces, a mí me gusta pensar en las instancias privadas de nuestras abuelas y bisabuelas, pensar en estos momentos de reflexión del cuarto propio, de los que han hablado tantas feministas, y sacarlos de esos lugares tan gringos y tan escolarizados, para ponerlos en la cocina de las abuelas de uno, en momentos en que el hartazgo y la frustración ni siquiera tenían un lenguaje asignado.

 

En 1949, Simone de Beauvoir fue la primera en decir “la maternidad es una trampa, los hombres están anclados a su trascendencia y las mujeres a su descendencia” y hubo un quilombo tremendo, pero aquí, hasta los sesenta, no existía el uso de anticonceptivos y tampoco se podía separar la sexualidad de la reproducción. Lo de no ser mamá era una pregunta imposible para una mujer de una zona rural, de un país latinoamericano. Era una pregunta que iba a llegar, que iba a alcanzar esos oídos con muchas dificultades y con muchos años de por medio. 

 

Esa imagen me quedó guardada. Mi familia no me podía hablar después de esa columna, se enojaron muchísimo. Siempre me llamó la atención la furia de mis tíos y mis tías, lo peor era que me dijeran “¿cómo se le ocurrió a usted que mi mamá no quería ser mamá?”. Hay dos debates feministas que todavía producen un nivel de irritabilidad tremendo: el trabajo sexual y la maternidad. Y a mí me sorprende también, cómo incluso entre feministas lo personalísimo que se toma ese debate, que cuando cualquiera cuestiona tener hijos, la respuesta es “pero entonces tú no quieres que yo tenga mis hijos”. No, no, no, claro que no. Hay todavía mucha sensibilidad, y a mí me sorprende eso. 

 

Eugenia Zicavo: Hablabas antes de cómo tu padre maquillaba los recuerdos de tu abuela y aquí hay una familia que se la pasa maquillando recuerdos. ¿Cómo fue trabajar esos distintos puntos de vista? 

 

María del Mar Ramón: Las familias son una maquilladera de recuerdos. Como estoy hablando de familia, hablo en colombiano. Creo que lo que hace el conflicto en una familia es que todos tenemos versiones distintas de los mismos hechos, porque no hay manera de recordar un evento de la misma forma que otra persona, como tampoco hay manera de que dos personas que vivieron toda la vida juntas recuerden exactamente los mismos eventos. Hay algo de lo arbitrario… Uno no recuerda lo que uno quiere recordar, hay cosas que uno piensa o dice y después eso se olvida, uno recuerda cosas súper random y cosas que no son tan random, y cosas que tienen un gran arraigo. Para eso se hizo el psicoanálisis, pero digo, como que creemos que la narración que tenemos sobre nuestras vidas es la única y el problema de una familia es que todo el tiempo estamos en contacto con personas que nos recuerdan que esa versión que tenemos de nosotros mismos no es la única. Eso para mí es, como persona que tiene hermanos, lo más irritante de los hermanos.

 

Y creo que cuando empecé a escribir la novela yo no sabía que el tema iba a ser la memoria, lo que yo quería saber era por qué dos hermanos podían ser tan distintos y por qué dos hermanos podían llegar a dejar de hablarse durante tanto tiempo, y por qué podían llegar a sentir todo lo que sentían el uno por el otro. Pero yo no sabía que lo que iba a pasar es que la escritura de la novela me iba a revelar que el problema es que recordamos distinto. Y que como no elegimos lo que recordamos, mucho menos elegimos los recuerdos que conforman quienes somos, los recuerdos que nos han traumado y los recuerdos que han limado nuestras personalidades. Entramos en contacto con personas que estuvieron en ese lugar y nos dicen “eso no es así”, “mi papá no dijo eso”, “estás exagerando”. Ese contraste es muy frustrante, y de una gran intensidad para la identidad que hemos armado a partir de nuestra propia narración. Eso es algo que sólo tiene una familia, y que yo no entiendo por qué, y me lo pregunto realmente. Incluso después de haber escrito esta novela. Por qué seguimos empeñados en hacer de nuestro recuerdo el único recuerdo, en lugar de socializar todos los recuerdos de la familia, ¿no?

 

El pasado es muy cruel, y muy conflictivo, y muy fértil para escribir. Haber llegado a esa conclusión me hizo estar un poco menos a la defensiva con respecto a mis propias versiones de la infancia o de los años pasados. Esa búsqueda, esa intención de socializar la memoria de la familia o de no tomarse tan en serio lo que uno recuerda, son cosas que uno puede hacer por su salud mental y por sus vínculos con las personas que quiere, como pensar que lo que uno recuerda es mucho más inestable, mucho más voluble y mucho menos confiable de lo que uno cree que es, ¿no? Y creo que eso abonó esta historia.

 

Sobre la autora

(Bogotá, 1992) Es autora de las novelas Todo muere salvo el mar (Seix Barral, 2023) y La manada (Emecé, 2022); y del libro de ensayos Coger y comer sin culpa, el placer es feminista (Planeta, 2019; U-Tópicas, 2024). Sus libros fueron publicados en Latinoamérica y España. Fue columnista de VICE y publica ensayos en medios como El País, ElDiarioAr, Playboy, Periódico de Poesía UNAM, Volcánicas, Latfem, Página 12, El grito del sur. Con el cuento "El deseo es una cicatriz" formó parte de la antología Cuerpos (Seix Barral, 2019). Durante el 2024 lanzó el podcast Los guardianes de la espada, elegido por la Fundación Gabo como uno de los diez mejores trabajos sonoros del año.