Les presentamos un fragmento de la presentación del primer libro infantil de Martín Kohan, que tuvo lugar el viernes 18 de abril de 2025, y de la que participaron Cecilia Bona (más conocida por su usuario de Instagram, @porqueleerok) y el niño Teo Cozzi, que se animó a hacer algunas preguntas.
Cecilia Bona: ¿Cómo arrancó la maquinaria de este libro?
Martín Kohan: El libro fue una idea de Laura Leibiker [editora de Siglo XXI]. A mí no sólo no se me ocurrió, sino que me pareció que ella estaba equivocada en sugerirme que lo haga. Pero escribir este texto me deparó una felicidad enorme. Hay una primera distancia, definitoria, que es si uno disfruta de escribirlo o no, y yo tengo una relación de felicidad con esa escritura. La disfruté muchísimo.
Cuando uno escribe siempre imagina un lector, y hay un primer juego de escritura que es que el texto mismo imagine sus lectores posibles. Imaginar que estos chicos podían ser mis lectores me resultó un desafío especialmente inusual.
La metáfora del niño que uno lleva en el rincón del corazón... En mi caso, es el adulto el que está en un rincón, y está todo el tiempo queriendo disimular al niño que hay ahí. Entonces, conectar con ese mundo, el mundo que uno habitó y lo que ese mundo ha dejado en uno, es una experiencia extraordinaria para mí.
Las ilustraciones de Leandro Pérez fueron muy reveladoras de lo que yo había escrito, en el sentido en que una ilustración, al igual que una traducción o una adaptación cinematográfica, es una lectura que hace alguien de lo que uno escribió.
Con esa lectura, se hace otra cosa. En ese sentido, todas las lecturas son reveladoras para el autor, ya que uno logra ver algunas de las cosas que escribió por lo que devuelven esas lecturas.
Teo Cozzi: ¿Cómo fue que se te ocurrió contar algo que te sucedió en tu niñez, ahora?
Martín Kohan: Con la idea de escribir historias para chicos ahora. ¿Cuántos años tenés, Teo? ¿Cómo se vive el mundo a los nueve años? Yo también lo viví, aunque pasaron casi cincuenta años de ese momento.
¿Qué significa, exactamente, la vivencia del mundo de la infancia? Que no es el mismo mundo pero más chico, esa es una deformación de adulto: pensar que el mundo de la infancia es el mundo adulto, pero en miniatura. A veces, sí, jugamos con miniaturas: la cocinita, el autito... Pero la escala es otra, y lo que recuperé, sobre todo, es la relación que tiene un chico de nueve años con el tiempo.
El tiempo dura más, o yo de chico tenía la idea de que el tiempo duraba más. Ahora que pasé por más edades, puedo decir que el tiempo de los nueve años es el más feliz. Es una de las hipótesis fuertes que yo tengo: la medida en que la vida está mál hecha. Soy de los que, infantilmente, dejamos lo mejor para el final, y en la vida lo mejor viene al principio: está mal hecha.
Y también traté de ver que la infancia tiene malos ratos y uno se hace problema por cosas, traté de que no fuera una idealización. No sólo que es la edad más feliz sino que hay un modo de la felicidad del tiempo en la infancia, cuando hay más tiempo disponible. Para mí, la idea del tiempo más feliz no es sólo la infancia como tal, sino el interior de la infancia, cuando hay tiempo libre en la infancia. No es igual que cuando sos grande. Por más que tengas mucho tiempo, ves el borde de dónde termina. Como adultos, tenemos otro manejo de la escala de los tiempos. En la infancia, como no tenés ese manejo, una parte libre se vuelve infinita. Los tres meses de vacaciones el adulto ve el borde, en cambio, el chico ve el borde cuando faltan tres días y empiezan las clases. Antes era un "para siempre". Esa etapa parecía larguísima. Habría que comparar y ver qué cosas han cambiado, pero en mi caso, no había tanto para hacer.
Cecilia Bona: Es un libro para habitar y para leer muchas veces. ¿Cómo te imaginás el momento de formar parte de una biblioteca nueva?
Martín Kohan: Me entusiasma. Yo tengo un hijo de veinticinco años, es decir, entre mi infancia y el presente, viví muy de cerca esa otra infancia. Con el tiempo fui descubriendo que una de las felicidades que me trajo ser padre es poder participar del mundo de la infancia otra vez. Llegado el momento, a sus catorce, tuve que reconocer que los autitos los compraba por mí y no por él.
Me gustan los autos que son réplicas de autos reales. Yo tenía y tengo con los autitos una relación que no tengo con la literatura: a mí la literatura no me gusta como arte realista, pero con los autos me pasa al revés. Si en la literatura me gusta la pura imaginación, cuando veo los hot wheels pienso que son autos que no tienen existencia real y a mí lo que me gusta de los autitos es reconocer la realidad reproducida en miniatura.
Ahora, respecto a lo que vos decís, me interesa mucho la cuestión del tiempo. La cuestión de la paternidad. A los chicos les gusta que les cuentes el cuento otra vez. A mi hijo a veces le leía los cuentos, pero a veces se los inventaba. Otras veces los contaba para que se durmiera, cada vez más sigilosamente, cada vez más ralentado, ¡y a veces me dormía yo!
Es una edad en que a las cosas las descubren, y las que ya conocen también las descubren. Eso: las que ya saben desde antes, también las descubren. El descubrimiento no viene dado por lo desconocido sino también por la disposición, por la mirada. Tienen la mirada del descubrir y por eso buscan descubrir en lo que ya saben. Van a descubrir en la repetición algo distinto.
Como uno perdió eso, o no lo perdió pero se va desgastando, para acceder a lo nuevo necesitas algo nuevo. Ellos piden lo mismo porque son capaces de encontrar algo nuevo en lo mismo. Uno no es que no lo haga, lo hace menos. Una parte de lo que se cuenta en esta historia es cómo un chico descubre algo nuevo en lo que ya sabía.
Cecilia Bona: ¿Y vos, Teo? ¿A vos te gusta leer o que te lean muchas veces la misma historia?
Teo Cozzi: Yo leo libros muy rápido y por ejemplo lo termino y empiezo de nuevo. Y lo doy vuelta. Me los acuerdo con algunas palabras, o por ahí las cambio.
Cecilia Bona [a Martín]: Quiero que nos compartas algo de tus escenas de la infancia. Has dicho muchas veces que tenías muchos libros a tu disposición y que leías mucho. Quizás muchos, cuando lean tu historia, se van a acordar de cuando les leían. ¿Qué cosas de vos se ven reflejadas en el libro?
Martín Kohan: Yo de niño no era así.
Cecilia Bona: Más o menos, te vimos en la Billiken.
Martín Kohan: Yo de chico tenía el pelo más largo, más lacio. Corte taza con flequillo. Veo la foto y era Carlitos Balá.
[Le explica a los chicos quién era Carlitos Balá]
Martín Kohan: Veía bien, aunque a los 22 años descubrí que ya no veía tan bien, relatando para Radio Belgrano un partido entre Boca e Independiente.
De niño no usaba anteojos, entonces el efecto al ver las ilustraciones fue muy particular, porque fue reconocerme y desconocerme a la vez. Curiosamente, es esa la relación que yo tengo con los textos autobiográficos: sos vos y ya no sos vos. Esto ya era yo y esto no era yo, y el dibujo de Leandro Pérez proyecta eso: un yo de ahora llevado a la infancia.
Los libros son un elemento de intercambio. De más chico es probable que te lean, después vos seguís leyendo por tu cuenta, una escena no tiene por qué desalojar por completo a la otra. Pero hay un punto en que a los chicos ya no les gusta que les lean, porque les gusta saber leer.
Para mí fue muy importante en la infancia la lectura en solitario.
Hay un recelo social con la soledad, de creer que un chico que no sociabiliza tiene problemas. ¿Pero qué pasa con alguien que no sabe estar solo?
Hay un momento de intención (de creación, también) en el momento de estar solo, neutralizado por enchufar inmediatamente el televisor... El televisor no, me refiero a eso que ustedes llaman teléfono, que es un televisor [risas]. La lectura era mi momento de estar solo. Ahora de adulto también, si yo ahora me tiro para atrás y agarro un libro, constituyo mi soledad. Es un gesto de autonomía y de libertad. Cuando uno abre un libro, abre un mundo en el que se va a meter, y hasta quizás compartir. Pero es un mundo en el que, en principio, te vas a meter vos, prescindiendo un poco de los demás.
Y eso no siempre está tan bien visto, mucho menos en la infancia.
Mi relación con los libros, mi relación con la bicicleta, mi relación con salir a patear la pelota a la pared de mi casa. La historia que se cuenta en este libro es la aventura de un chico que la vive solo. Sale a caminar por las sierras solo.
Eso también es parte de lo que hacía cuando era chico. A veces venían mis abuelos y ellos caminaban más despacio. La felicidad de la infancia también es saber jugar solo. Las tardes de verano y la hora de la siesta en la infancia son también escenas de libertad. Es otro don de la infancia que los adultos tendemos a reprimir. Muchas horas, nada que hacer y la invención, la idea, la aventura, el ponerse a hacer algo, el aburrimiento, un poco, el estar abrumado por la nada. El momento de estar un poco embolado y no saber qué hacer, es oro. El dejar que el tiempo empuje y no saber qué hacer te lleva a inventar. Esas horas del tiempo infinito son lo que se cuenta en El tiempo más feliz, ese largarse a caminar.
Pero es muy difícil reencontrarse con eso, porque así como el tiempo tiene bordes, el espacio también es distinto. El brillo de la mica: la historia transcurre en las sierras de Córdoba, ¡pero la mica no brilla tanto como en las ilustraciones! Y cómo se dan las indicaciones "cuidado con", " no tengas miedo a"... Cómo se dosifica eso. Todo ese descubrimiento de la infancia también aparece en el relato.
Cecilia Bona: ¿Por qué crees que los adultos necesitamos ver si sos vos o no?
Martín Kohan: Porque los adultos sobrevaloran la figura del autor, en desmedro de la condición del lector. Y yo trabajo siempre contra eso.
Los chicos tienen una relación más genuina y más intensa con la literatura: es la relación con el texto. No subordinan la relación con la literatura a la relación con la figura del autor, ¡y tienen razón! Yo mismo quisiera conseguir eso, podía hacerlo cuando era chico. Para mí, Julio Verne era el nombre que figuraba en la tapa y listo. Entonces, hacen un corrimiento: aún cuando existe la literatura del yo, el yo que encuentra el texto no es la figura del autor. El texto hace otras cosas. Incluso los textos autobiográficos son interesantes, porque ese yo es otro. En este caso, es un chico que va a caminar a la sierra y descubre un mundo, vuelve y se lo cuenta a los adultos.
Teo está hablando conmigo porque leyó el libro y no para encontrarme a mí en el libro. Me parece que una parte importante de la infancia es que tiene una disposición con los textos mucho más intensa. Ese mundo que uno arma y en el que se mete cuando hace un libro es aquel que arma con el texto del autor, no con el autor.
Cecilia Bona: Para presionar un poco más la tuerca de pensar la literatura en la infancia. ¿Qué encuentran los adultos en los niños?
Martín Kohan: Yo pienso que la pregunta es al revés. ¿Qué encuentran ellos en los adultos? Desplazar al autor. No se trata de lo que yo quise decir. La escena es entre el lector y el texto. Y los niños disponen de una libertad mucho mayor para la lectura. La soberanía del lector la tienen, mucho más, y no se someten a la intención del autor. ¿Qué quiso decir el autor? Para saber eso, directamente llamás al autor por teléfono. Uno no lee lo que quiso decir el autor. Lee lo que dice el texto. Y lo que dice el texto puede ser distinto para cada lector. Cada lector entra al texto para hacer su propio recorrido con el texto sin las intenciones del autor, y los niños lo hacen mejor. Cuando uno escribe, imagina, supone o desea al lector. Y esa lectura posible nunca se cierra. Eso es gozosamente incierto.
Hay algo en la época. Creo detectar una tendencia de época con la infancia, que es adelantar la adolescencia. Se prorrogó el final de la adolescencia, se extendió hasta los treinta y ocho, cuarenta. Y se adelantó la adolescencia con esta cuestión de las matinées. ¿Qué es esa necesidad de adelantar lo que debe ocurrir a los quince o dieciséis años? ¿Por qué esa ansiedad?, le pregunté a mi hijo. ¿Qué es lo que querés? ¿Por qué tenés tantas ganas de ser adolescente? “Para juntarme con mis amigos en la esquina” me dijo mi hijo. Una cuestión razonable. Mala señal de época: que haya un tramo de la infancia ansiosa por crecer. Yo extendí la infancia hasta lo inconcebible, era el personaje de Grandinetti en Esperando la carroza. Porque ya de chico tenía la certeza de no querer ser adolescente. Se acerca el final de la primaria y el corte a los doce es el más sabio. Los judíos lo tenemos con el bar mitzvah. Un chico sabe que algo se termina.